Segundo disco en solitario de esta violinista castellana, que ni es recién llegada ni coloca al violín como elemento exclusivo de su trabajo, que hace ya mucho que vuela más allá de la tierra que la vio nacer.
Pero vayamos por partes.
Empezando por los orígenes, hay que recordar que Blanca es nieta del dulzainero Simón Altable, por lo que la herencia música tradicional y castellana fue lo primero que recibió y sobre lo que centró su repertorio para violín (que tan bien asume el repertorio de la dulzaina, dicho sea de paso). A partir de ahí, Blanca se embarcó en diversos grupos donde se iba abriendo a nuevas formas y colaboraciones sobre las que ir desarrollando el repertorio tradicional, así como para ir saliendo del mismo a través de la experimentación, tanto musical como técnica a base de loops, midis y otras herramientas a las que dedica mucha atención.
El camino ha sido largo y muy fructuoso, llevándola no solo a muchas partes del mundo, sino también a colaborar y encontrarse con nombres relevantes del panorama musical internacional, y no solo folk, a través de estudios, viajes, voluntariados, formación de alto nivel y un buen ramillete de reconocimientos internacionales sobre los que ha ido madurando su visión.
Tal es así, que la primera pieza de este disco, My lion, mamma lion, no es sino un desarrollo hermoso y muy logrado de lo que se puede hacer sólo con voz, percusión básica y un buen looper para ir montando unas pistas sobre otras. A partir de ahí, el camino promete ser interesante, y nos lo refuerza la segunda pieza, Drops, en la que un recitado de Alex Hache vertebra una pieza en la que varios violines traman una estructura somera como sustento del tema.
Ya entonados y despojados de las briznas de prejuicios, no queda sino disfrutar del paseo, pues al margen de todos estos planteamientos, lo que cuenta es el amplio abanico de sentimientos que la música de Blanca nos va a ir regalando gracias a su maestría en la composición, a la rica y amplia visión arreglística, a su gran gusto musical, al dominio avanzado de la tecnología al servicio de la música (y no al revés) y al trasfondo de tantos estilos y culturas que ha permitido que le inundaran, para destilar su propia música. Un recorrido que se muestra luminoso y muy fácil de transitar, de gran colorido en tonos alegres.
El título no nos engañó, por tanto, pues las infinitas formas que puede adoptar el agua cuando se agita debidamente, suponen una buena metáfora o epítome de lo que nos espera en este trabajo, tan intenso como estimulante, vanguardista y bien asentado.
fuente: diario folk
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