La palabra hexacorde no parece evocar olores de monte, ni viejas historias narradas junto a la lumbre, ni fatigosas tareas agrícolas que hasta hace poco más de tres décadas los labradores practicaban. Podría pensarse que los miembros de Hexacorde bautizaron así su proyecto para no caer en la extraña melancolía que hubiera producido nominarse con palabras como vielda, bigornia, barda, celemín o cientos de otras ya moribundas que describían un mundo que casi ha dejado de existir.
Y, sin embargo, la música de Hexacorde evoca todas aquellas cosas.
La ola de innovación que empezó a revolucionar el folk en Europa allá por los años setenta, llegó con cierto retraso a España y mucho más a Castilla. Procedentes del mundo tradicional de la dulzaina castellana o de la música folk, los futuros miembros de la banda coincidieron en su deseo de incorporarse a esa corriente que había hecho entrar a la música de raíz en una modernidad que, en realidad, era su única salvación si no quería convertirse en una pieza más de esos museos de tradiciones populares que ahora tanto abundan en nuestros pueblos.