Con Jotas, su segundo álbum, Casapalma se adentra de lleno en un espacio donde el folclore montañés se expande y respira con naturalidad dentro de códigos contemporáneos. El dúo cántabro —Irene Atienza y Yoel Molina— continúan en la senda de su primer trabajo, Montañesas, pregonando que al folclore le viene bien el riesgo y un pulso que le conecte con el presente.
Grabado en el valle de Cabuérniga, entre montes húmedos y una cotidianeidad rural que impregna el proyecto de autenticidad, Jotas funciona como un laboratorio. No en el sentido frío de la experimentación técnica, sino como un espacio donde la tradición se somete a una revisión paciente, documentada y profundamente respetuosa. La asesoría de Aurelio Vélez y la atención a los códigos del baile “a lo suelto” sostienen el armazón del disco: cada jota está construida para seguir siendo bailable por quienes conocen la forma, incluso cuando sintetizadores, cajas programadas o texturas electrónicas entran en escena.
Ese equilibrio entre raíz y horizonte se manifiesta con especial fuerza en las colaboraciones. “El Pajarillo”, junto al dúo de rock Repion que traza un puente entre la folktrónica cántabra y un rock alternativo cristalino, impulsado por la energía de las hermanas Iñesta. Ruiseñora aparece en un pasodoble campurriano reimaginado como una celebración rave, mientras Cristina Len desplaza una ronda tradicional hacia un terreno cercano a lo urbano sin desdibujar su esencia. Pablo Solo, por su parte, abre un portal psicodélico que sitúa el folclore en un espacio progresivo de aroma setentero. En todas las piezas hay una premisa clara: no modernizar por modernizar, sino desnudar la potencia emocional del material original.
A nivel sonoro, el álbum habita ese territorio híbrido donde conviven panderetas y sintetizadores, acentos rurales y pulsos digitales. Molina firma una producción que se aleja del barniz folclorista y no teme jugar con la irregularidad rítmica de las danzas tradicionales; Atienza sostiene el conjunto con una excelente voz -no comprendemos los innecesarios efectos de auto-tune o similar en algunas canciones-, una voz que no imita, sino que comprende la raíz desde dentro. El resultado es un trabajo que suena tanto a prado húmedo como a club nocturno.
La portada, diseñada por Glux junto al propio Vélez, lleva a la imagen la misma lógica del disco: un paño picao cosido a mano, reinterpretado desde la estética contemporánea. Lo antiguo y lo nuevo dialogan sin jerarquías.
Jotas confirma a Casapalma como uno de los proyectos más lúcidos dentro del actual resurgir del folclore ibérico. No porque embellezcan la tradición, sino porque la entienden como un lenguaje permeable, mutable y, sobre todo, comunitario. En su música caben los bailadores veteranos y el público que llega desde la electrónica o el indie; conviven las memorias pasiegas y las pulsaciones digitales que habitan la cultura de hoy.
Lejos de la nostalgia o del pastiche, este álbum reivindica una idea clara: la música de raíz sigue latiendo, siempre que haya manos dispuestas a escucharla y transformarla. Y Casapalma lo hace con convicción, rigor y una sensibilidad que ilumina nuevas rutas para entender la jota en el siglo XXI.
fuente: diario folk
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