Matías, con tan solo 14 años, se atreve con uno de los palos más difíciles del flamenco para el baile y que muy pocos lo realizan: la soleá. La exigencia de bailar en un espacio muy reducido y a la forma antigua, ponen a prueba la expresividad del bailaor, que consigue entusiasmar a todos los miembros del jurado e incluso, que alguno tenga dificultad para contener una lágrima.
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