Con La Constancia, el quinteto burgalés El Nido da un paso firme en su evolución artística y ofrece un álbum que amplía, profundiza y reafirma lo que ya apuntaban en Refugios a cielo abierto. Si aquel debut supuso un soplo de aire fresco en la escena del folk ibérico, este nuevo trabajo confirma que la banda se ha asentado como una de las propuestas más innovadoras y conscientes de la música de raíz en España.
Tras dos años de intensa gira, el grupo regresa con un sonido más robusto, más atrevido y con una visión clara: acercarse a la tradición sin complejos, pero desde una perspectiva plenamente contemporánea. El disco abre con Perdón, construido sobre el “ajechao” salmantino, donde late una reivindicación del patrimonio popular desligado de banderas y discursos excluyentes. Desde ahí se despliega un mosaico sonoro en el que conviven agudillos, jotas de ronda, charros y otros ritmos de baile castellanos, siempre arropados por las sonoridades domésticas —panderetas, cucharas, voces corales— que han sostenido durante siglos la transmisión oral.
Pero El Nido no se queda en lo conocido: hay una clara voluntad de explorar nuevos territorios. En este sentido, la producción ha sido decisiva. La banda ha vuelto a confiar mayoritariamente en Diego Galaz, maestro en el arte de rescatar lo popular con autenticidad y sensibilidad. A la vez, han contado con Hevi, productor de Tucucu, para varios cortes, aportando una visión más urbana y arriesgada. El contraste entre ambos ha dado lugar a un disco en el que tradición y modernidad dialogan con naturalidad, sin imponerse una sobre la otra.
La lírica del álbum se centra en lo común, en aquello que nos une frente a lo que nos divide. Nuestras voces nos salvarán es una declaración de intenciones desde el título mismo: un canto colectivo a la fuerza de la palabra y de la voz compartida. En Lo que siento ☼, junto a las guipuzcoanas Neomak, el grupo reflexiona, a ritmo de charro, sobre la deriva individualista que domina nuestro tiempo y reivindica la pertenencia a una comunidad más amplia. Y en Agudillo ㋡ se atreven a lanzar mensajes más explícitos y combativos, sin morderse la lengua.
Las colaboraciones refuerzan este carácter plural y abierto del proyecto. La presencia de Rozalén en De corazón aporta una intensidad especial: la canción comienza como una balada íntima para estallar en una catarsis luminosa, un viaje de la fragilidad a la esperanza compartida. Rodrigo Cuevas suma su ironía festiva y su particular mirada a lo popular en Tucucu, mientras que las ya citadas Neomak, herederas del legado de Kepa Junkera, aportan frescura y fuerza coral en Lo que siento ☼.
El disco alterna la energía festiva con momentos de calma y ternura. Si Tucucu y Agudillo ㋡ nos invitan a la celebración colectiva, Arrorró nos devuelve a la intimidad de las nanas, uno de los géneros más universales y a la vez más olvidados de la tradición oral. Esa combinación de fiesta y recogimiento refleja el espíritu del álbum: celebrar la vida sin renunciar a la reflexión ni a la memoria.
La voz, tanto como instrumento como temática, ocupa un lugar central en La Constancia. Es el vehículo de lo que calla y de lo que no puede dejar de decir; el medio por el que sanar, pero también herir. Esa dualidad recorre todo el disco, reforzada por un uso coral que recuerda constantemente que este proyecto se sostiene sobre la idea de comunidad.
En definitiva, La Constancia no solo consolida a El Nido como uno de los nombres imprescindibles del folk actual, sino que los sitúa como abanderados de una nueva forma de entender la tradición: viva, crítica, festiva y profundamente humana. Con este trabajo, el grupo demuestra que la música de raíz no pertenece al pasado, sino que es una herramienta para construir futuro. Un disco vitalista, emocionante y valiente: una verdadera constancia de que la tradición, en manos de músicos como El Nido, sigue siendo un territorio fértil e infinito.
fuente: diario folk
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